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martes, 26 de junio de 2007

Escritos Esenciales.


El pasado año Sal Terrae publicó ESCRITOS ESENCIALES, de Thomas Merton, con introducción y edición de Francisco R. de Pascual; esta selección de la obra de Merton permite que nuevos lectores se sumen a quienes ya conocen su obra y se aprovechan espiritualmente de ella. Luego de una sección introductoria, este texto nos permite repasar de modo general los diversos aspectos que TM tocó en su obra escrita, y nos estimula a buscar luego cada obra en particular y ahondar en esos contenidos. De esta sección introductoria hemos tomado algún pasaje para esta entrada, como motivación para que busquen la obra y se aprovechen de ella:


“La aventura vital de este monje cisterciense y contemplativo
universal que fue Thomas Merton (1915-1968) encontró su correlato
geográfico en tres etapas diferenciadas que cerrarían el
gran círculo de nuestro orbe y completarían un tríptico en el singular
viaje sin distancia que es el camino monástico.
Podríamos
decir, de manera gráfica, que Europa representó para Merton su
acceso primero a la fuente contemplativa, de la mano de sus
mayores representantes. Su conversión al catolicismo vendría
precedida de un «bautismo oceánico», tras haber dejado atrás el
viejo continente y su condición de viejo Adán. América (en realidad
las dos Américas) constituyó una suerte de axis mundi y
el descubrimiento de su verdadero yo («ya no vivo yo, sino que
Cristo vive en mí»), así como su zambullida en el río de la contemplación
solitaria y el compromiso solidario (en contra de la
guerra, a favor de los derechos civiles...). Finalmente, en Asia,
donde murió, se unirían para Merton los dos maderos de la cruz
en un eje de vacío y plenitud, un océano de compasión infinita.
Al término de sus días, Merton había, literalmente, abrazado el
planeta entero, acogido sus luces y sus sombras y hollado el desierto
y la ciudad antes de adentrarse en el Reino de la infinita
soledad y de la sociedad perfecta.
En su juventud, Thomas Merton se dio cuenta de que las estructuras
totalitarias de los países en perpetua contienda eran el
resultado de una conciencia humana escindida e ignorante de su
origen y su destino sagrados
. «La raíz de la guerra es el miedo»,
afirmaría más tarde Merton en Semillas de Contemplación. Tan
sólo –propone él– atreviéndonos a sumergirnos en el desierto
de nuestra propia soledad y desandando (desanudando y desnudando)
los caminos de la vieja humanidad, podremos descubrir
un cielo y una tierra nuevos.
Esa proclamación cristiana de Merton no difiere de la de sus
predecesores, pero lo que la hace relevante, como en el caso de
aquéllos, es su acento contemporáneo, la actualización de las
lecciones evangélicas en una clave absolutamente candente
.
Merton lee la historia con «ojos llenos de fe en la noche», interpretando
las noticias de un siglo desgarrado a la luz de la
Noticia del Señor de la historia. Por fortuna, su escritura no es
unidireccional o monolítica, y así su relación con el mundo es,
en tiempos que entronizan la comunicación de masas y neutralizan
la de las personas, un diálogo de corazón a corazón y una
religación de profundis.
Merton cultiva el arte de la pregunta inteligente, sin tregua,
para sacudir los cimientos de nuestros autoengaños más reconfortantes.
Conocedor, como pocos, de los caminos contemplativos
de la tradición cristiana desde los padres del desierto,
Merton no está, en realidad, tan interesado en enseñarnos formas
particulares de hacer oración como en recordarnos la posibilidad
real y la necesidad vital de ser oración
. Primero –nos
dirá– se hace necesario convertirse a Cristo. Pero eso no basta.
En rigor, la conversión cristiana reclama una revolución interior
tal que nuestra sed de ser y nuestra nostalgia de pertenencia sólo
se saciarán cuando, atravesado el río de la muerte, nazcamos
con Él y en Él, convertidos en Cristo, hombres y mujeres nuevos.
En sus propias palabras, «lo que se nos pide en este tiempo
no es tanto hablar de Cristo a los demás cuanto dejar que viva
en nosotros para que las personas puedan reconocerlo al darse
cuenta de cómo vive Él en nuestro interior».

Como muestra la riquísima selección textual que configura
este volumen, Merton hace de la escritura un «oficio divino».
Me es sumamente grato poder presentar estas páginas, ciertamente
«esenciales», de Merton, cuya compilación es el fruto de
mucho tiempo de trabajo constante y paciente, de oración y de
maduración por parte de Francisco Rafael de Pascual, monje
cisterciense con quien tengo el privilegio y la bendición de colaborar
en la difusión del mensaje contemplativo de Merton en
español a través de traducciones, ensayos y encuentros. El resultado
de ese trabajo es una composición textual plena de sentido
en nuestro tiempo: un tejido que integra, a través de un hilo
temático dibujado con trazo fino y a la vez nítido, las múltiples
facetas de Thomas Merton, dando cuenta de su profunda filiación
espiritual y de la anchura de su corazón. La introducción
y el epílogo proporcionan un marco indispensable para la comprensión
de los escritos en su contexto y para la cohesión de los
fragmentos escogidos, que tienen valor en sí mismos a la vez
que se incardinan en un conjunto armónico y congruente. La
voz de Merton es no sólo vigente, sino urgente
, como ponen de
manifiesto sus escritos en torno al misticismo, al diálogo interconfesional
y a la paz.
¿Cuál es, en suma, el legado espiritual de Merton para las
generaciones que le han seguido y para las venideras? El volumen
revela que, en la medida en que Merton fue capaz de leer
las noticias de su siglo con el ojo interior del amor, en la medida
en que supo penetrar en el corazón de la complejidad social
con sencillez y sin egoísmo, y en tanto se hizo portavoz, con
lengua de fuego y corazón herido, de una invitación universal a
la santidad (la radical cordura y la fuente de la cordialidad), sus
palabras fueron las de un verdadero profeta del siglo XX. Y es
que, al decir de Merton, «profetizar no es predecir, sino captar
la realidad en su momento de suprema expectación y tensión
hacia lo nuevo. Esta tensión se descubre, no en un entusiasmo
hipnótico, sino a la luz de la existencia diaria».

Deseamos que estos escritos arrojen luz sobre la esencia de
la contemplación, que consiste en dar testimonio, como hizo
Merton, de que en el fragor de las guerras y en medio de «el ruido
y la furia» de nuestro mundo, hoy el Verbo sigue encarnándose
y habita entre nosotros”.

FERNANDO BELTRÁN LLAVADOR
Asesor de la Sociedad Internacional Thomas Merton
Salamanca, 31 de enero de 2006

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Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.