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jueves, 22 de mayo de 2008

Memorias de Ernesto Cardenal.


"Cuando yo volé de Nicaragua a Estados Unidos para ingresar al monasterio trapense de Gethsemani, Kentucky, iba conmigo en el avión un tío mío; él bajó en El Salvador para cambiar de avión, y cuando yo me despedí de él me despedí de lo último que me ligaba con el mundo, y ya quedé a solas con Dios. Yo escribí pocos días después desde el monasterio a mis papás y hermanos: “¡No pueden imaginarse qué viaje más feliz! Hagan de cuenta exactamente un viaje de bodas”. Al bajarse mi tío Alejandro sentí que Dios me decía: “Bueno ya estamos solos, veniste a buscarme y aquí me tienes”. Fue como si de pronto ya todo el universo se me llenara de Dios. El vuelo fue lindísimo. El Caribe estaba calmo como una laguna. A veces se veían bancos de corales sumergidos, misteriosísimos, de un verde claro muy diferenciados en medio del azul del mar. Hicimos escala en La Habana, y antes de llegar a ella el campo de Cuba a la luz del atardecer también me pareció maravilloso. La creación entera me parecía gritar a Dios; el amor y la belleza de Dios. (Era aún la Cuba de Batista en aquel 1957; una prima me había contado que en unas montañas se había levantado en armas un joven muy popular). Y llegué a Miami. Aquel viaje lo quedé recordando para siempre como una cosa de sueño o alucinación, como un verdadero viaje al cielo, más que un vuelo rutinario de la Panamerican. En el Aeropuerto de Miami esperé casi toda la noche, hasta las dos de la mañana. Quería leer pero estaba tan feliz que apenas podía concentrarme en la lectura. En el aeropuerto las muchachas circulaban en shorts, lo que para un latinoamericano era novedoso. Una gran cantidad de anuncios y letreros para mí no tenían sentido y eran como cosa de locura: “Beba...” “Fume...” “Compre...” Coma...”. Visitar tal sitio, alquilar un auto, llevarse un yate. Entre los libros de bolsillo que vendían vi uno que era una guía para reconocer pájaros y no sé por qué lo compré. Hasta después sabría la gran utilidad que para mí iba a tener ese libro. Como tenía tanto tiempo que esperar salí a caminar en los alrededores del aeropuerto. Algo me divirtió y me sorprendió porque no lo esperaba encontrar en Estados Unidos: los cocoteros, los bananos, el bambú. Había rincones cerca del aeropuerto que a la luz de la luna parecía que uno no estuviera en los Estados Unidos sino en el río San Juan de Nicaragua o en lo que entonces era un territorio en litigio, casi despoblado, entre Nicaragua y Honduras. Creí que yo ya me había despedido de la vegetación amada de mi país y Dios se rió y me la vuelve a poner en los Estados Unidos. Parecía como que Él hubiera hecho que entrara por Miami para que me diera cuenta qué cerca están los Estados Unidos y Nicaragua, y que Estados Unidos es también un país del Caribe, y que no debía considerarlo ahora como tierra extraña —porque mi sentimiento había sido como que me iba al destierro— sino como mi misma patria. Fue entonces que recapacité en una frase que me había dicho el oficial de migración al recibir mis papeles de inmigrante —sólo en esa calidad podía entrar al monasterio porque era para vivir toda la vida— y a la que antes no presté atención: Welcome to the United States, sir!. Comprendí entonces que era Dios el que me había dado la bienvenida a los Estados Unidos, mi nueva patria. En el siguiente vuelo me tocó el amanecer sobre Kentucky. El avión iba volando bajo porque es una tierra llana, y con la salida del sol todo el estado se veía muy alegre, verde como un campo de golf. Me pareció como si los grandes llanos de Teotecacinte junto a las selvas que entonces eran el territorio en litigio con Honduras se hubieran llenado de carreteras y ferrocarriles y puentes y fábricas y pueblitos y ciudades. Yo ya sabía por experiencia que todo lo que tenía el capricho de pedirle a Dios me lo daba; y tuve un gran capricho, y fue el pedirle ver el monasterio desde el avión, y lo vi: el conjunto de edificios grandes y otras diversas instalaciones, la iglesia de estilo gótico, la muralla de la clausura como de una fortaleza medioeval —lo que yo conocía ya por las fotografías, y después que llegué a él confirmé que en efecto era el monasterio. Aterrizamos en Louisville, Kentucky, y allí tomé un bus de la Greyhound que salía después del mediodía hacia el pueblito vecino al monasterio. Debo confesar que en esta última etapa del viaje iba ligeramente nervioso. Me preguntaba si no estuviera haciendo una locura, pero también pensaba que yo ya estaba embarcado en esa aventura y que dichosamente ya era tarde para volver atrás. Me tranquilizaba la certeza de que Dios me llevaba de la mano y El sabía a dónde iba. Pero también me tranquilizaba el panorama que veía desde la ventanilla del bus. Era una tarde de primavera y todo lo veía muy alegre. En mi interior yo experimentaba la situación dramática de que ya dejaba el mundo y su civilización, pero la apariencia era de todo lo contrario; un viaje muy tranquilo como si yo fuera a un Country Club o un hotel de montaña: unos muchachos entrando a drug-stores con sus amigas, otro tirando con un rifle, otros llevando botes en trailers. Era como si Dios mudamente me estuviera diciendo con ese día de primavera: “No estés nervioso. ¿De qué te afliges? No te estás alejando de nada”. O como si yo hubiera preguntado cómo ascender al monte Calvario y un chofer de la Greyhound me hubiera dicho: “Móntese. Yo le aviso la parada”. Así fue exactamente: el chofer me hizo una seña en una parada que se llamaba New Haven. Una señora se acercó al bus a preguntar quiénes iban al monasterio. Ella era dueña de la farmacia que era al mismo tiempo la estación del bus, y me dijo que era la encargada de arreglar los viajes al monasterio. Allí esperé un poco. Entraron a la farmacia unas chavalas en shorts haciendo un gran alboroto, y cuando se fueron la señora me dijo: “Así son todo el tiempo. No saben más que rock and roll. Y no son ni siquiera inteligentes”. Llegó una señora joven que me llevó en auto al monasterio. La entrada era muy bella al fondo de una alameda de grandes árboles. La señora se despidió de mí en el portón cuando un hermano llegó a abrir, y entré a un jardín lleno de pájaros. Tras ese jardín había otro portón con un letrero grande que decía: GOD ALONE. Entré con cierto escalofrío. Era la casa de huéspedes, y me sorprendió la decoración que había: todo muy moderno, del mejor arte moderno, de gran simplicidad y elegancia; atractivos diseños en mesas, sillas, ceniceros y lámparas; y esculturas estilizadas algo semejantes a mis esculturas. Me pareció que esta vez Dios también se reía de mi miedo."

1 comentario:

Manuel dijo...

A todos los amigos y amigas del blog: he tenido dificultades con el antivirus y por eso no estoy conectandome a la red. Espero resolverlo lo antes posible para seguir compartiendo con todos, les echo de menos.
Manuel

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.