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jueves, 13 de octubre de 2011

NUEVA EDICIÓN DE LIBRO DE TM

Conjeturas de un espectador culpable
Comentario de la Editorial

He aquí al mejor Merton: incisivo, sincero, espiritual y provocativo. Este libro es un conjunto de reflexiones personales, intuiciones, metáforas, observaciones y juicios sobre lecturas y sucesos. El material está tomado de sus diarios escritos entre 1956 y 1966.

Además de componer una versión personal del mundo de su época, estas páginas son un diálogo implícito con otras mentes, un diálogo en el que se suscitan preguntas, pero sin esperar hallar «respuestas». Como el mismo Merton señala: «No tengo respuestas claras a las preguntas que andan por ahí. Tengo preguntas, y, de hecho, creo que a un hombre se le conoce mejor por sus preguntas que por sus respuestas. Sin duda, dar a conocer las propias preguntas es ponerse al descubierto. No salgo al mercado a dar esas respuestas prefabricadas y en serie que tanto solicita el público, y lo que más pongo en duda es la viabilidad de las respuestas públicas y populares, incluyendo algunas de las que pretenden ser más avanzadas».

Quizá el mejor modo de caracterizar este libro es decir que consiste en una serie de apuntes y meditaciones, algunos poéticos y literarios, otros históricos y aun teológicos, que inevitablemente hacen de Thomas Merton un «espectador» privilegiado del que podemos aprender a mirar y a preguntar.

THOMAS MERTON (1915-1968) es universalmente reconocido como uno de los más influyentes autores espirituales de nuestro tiempo. Monje, poeta y activista por la paz y los derechos civiles, entre sus principales obras se cuentan La montaña de los siete círculos y Nuevas semillas de contemplación, esta última publicada por la Editorial Sal Terrae, donde también han visto la luz otras seis obras.

Introducción de F. R. de Pascual
Conjeturas son ideas que se deducen de alguna señal o noticia. Lo cual quiere decir que el espectador debe gozar de
una atención despierta y una intuición viva, características muy propias del contemplativo o persona reflexiva.
Espectador es quien mira un acontecimiento o acción interesándose por lo que ocurre; si la acción no deja indiferente
al espectador, este, según su sensibilidad, se vincula a lo que contempla experimentando algún sentimiento: placer,
repulsa, indiferencia, culpabilidad incluso. En este último caso, el espectador se ve involucrado en
la acción y siente en su interior un trastorno cuya intensidad es variable y que, generalmente, puede localizarse en una
escala que va desde la vergüenza hasta cualquier tipo de acción que trata de paliar la desazón sentida.
Esa escala de sensaciones, valoraciones y sentimientos puede quedar reflejada en aquello que el espectador siente
necesidad de escribir y manifestar a otros.
Diríamos que este es el argumento central o hilo conductor de lo que en este libro trata de reflejar Thomas Merton:
las ideas que deduce de lo que en un tiempo de su vida lee y ve, oye y siente, alimenta su esperanza y produce también
su frustrada impotencia ante el devenir de los acontecimientos que le rodean.
Dado que el espacio de tiempo que recoge este libro es prácticamente la década de 1960, podemos preguntarnos sobre
la actualidad de las reflexiones que Merton nos ofrece.
El hecho de que este libro sea publicado de nuevo hoy es ya de por sí una respuesta, y no solo por parte del interés de los
editores, sino por el juicio positivo que seguramente emitirá el lector tras haberlo leído.
Los temas que se tratan en las páginas que siguen se toman de los diarios que Merton escribió desde 1956 hasta
1965. Son muy pocas las entradas que tienen fecha; con todo, en algunos casos se puede deducir la datación por el contenido
del texto. Tampoco corresponden los temas con las entradas de los diarios, aunque algunas veces contienen reflexiones
sobre temas abordados en ellos; por ejemplo, la narración sobre la experiencia «en la esquina de la calle
Cuarta [Fourth] con Walnut», en la que sí viene reflejada y aumentada la entrada del diario. Los artículos son demasiado
largos para llamarlos pensamientos y demasiado cortos e inacabados para considerarlos ensayos. Pueden compararse
con las parábolas de Jesús, no solo por su forma (generalmente no son historias), sino por su verdad básica, porque
intentan involucrar al lector en los temas afrontados. Ante todo trata sobre la vida, la apertura y el crecimiento.
El libro está dividido en cinco partes: 1. El sueño de Barth. 2. Verdad y violencia en una época interesante. 3. El
espíritu de la noche y el aire de la aurora. 4. La encrucijada. 5. El loco corre al Este. El contenido de cada una de las cinco
partes es muy diverso y cubre tal variedad de temáticas que los títulos clarifican poco las cuestiones tratadas en cada
una de las cinco secciones. Cualquier intento de resumen sería una ardua e infructuosa tarea, pues Merton no ofrece
aquí nada sistemático y organizado, sino que solamente pretende compartir con el lector sus reflexiones.
Quizá la primera sorpresa del lector sea el hecho de que un monje quiera redimir su propia culpabilidad (la de haber
ocupado un largo periodo de tiempo dedicado a escribir sobre sí mismo y cuestiones «espirituales»). No tendría por
qué «redimir» nada, ni sentirse «culpable» ante acontecimientos que no dependen de él. Al fin y al cabo, cada uno
solo puede «manejar» un pequeño espacio de tiempo y la vida que le imponen las propias circunstancias, máxime si esa
vida ha sido elegida libremente.
La segunda sorpresa puede ser la variedad de temas tocados por Merton, fruto, como decíamos al principio, de sus
amplias lecturas y de su fina sensibilidad para captar los acontecimientos de su tiempo (con muchos menos medios
de información que los que hoy día tenemos a disposición).
Y, finalmente, la originalidad y novedad de sus aportaciones y la profundidad de sus reflexiones. Hoy día vivimos
dentro de una cultura «accidentada» y «fugaz», con poco espacio para la reflexión y el sosiego. Todos somos «víctimas»
y hay un exceso de «verdugos» empeñados en fraccionar y seccionar los espacios de información.
El esfuerzo por mantenerse despierto en medio del mundo podría resultar extraño en una persona que vive en un
monasterio trapense, aunque sea norteamericano, pero, curiosamente, algunos trapenses han dado muestras de una
gran sensibilidad hacia lo que hay más allá de la clausura, sensibilidad y atención propias de los grandes maestros espirituales
de la humanidad.
En el testamento espiritual de Christian de Chergé, uno de los monjes trapenses asesinados en Thibirine (Argelia) en
1996, hay unas frases que pueden interesarnos ahora, y de las que probablemente Merton hubiera disfrutado enormemente:
«Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco
tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia…
He vivido bastante como para saberme cómplice
del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el
mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente…
Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez
que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos
los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo
corazón, a quien me hubiera herido… Yo no podría desear
una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo...
Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me
han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: “¡Qué diga
ahora lo que piensa de esto!”… Pero estos tienen que saber
que por fin será liberada mi más punzante curiosidad.
Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la
del Padre para contemplar con Él a Sus hijos del islam tal como
Él los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo,
frutos de su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo
gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer
la semejanza, jugando con las diferencias».
La «revelación» de Merton en las calles de Louisville coincide plenamente con lo que quiere y espera «ver» Christian.
La vida de este monje en Argelia estuvo marcada y fecundada especialmente por un «ribat el salam», un «vínculo
de paz» vivido con sufíes de Medea de la Tariqâ Alawiyyâ (en forma de reuniones regulares), pero de manera más general,
por sus numerosos y habituales encuentros con musulmanes argelinos. Christian de Chergé era lector del Corán, del que
con frecuencia cita suras en sus homilías.
Los monjes de Thibirine, como Merton en este libro, y como muchos otros grandes testigos espirituales de nuestro
tiempo, juegan con la precariedad de una existencia particular en medio de un mundo que no pueden abarcar y en el que apenas
pueden influir, y así se plantean el desafío bien real delmundo actual: la urgencia para que los seres humanos, especialmente
los pensadores y los místicos, aprendan a dialogar en el camino mismo de sus experiencias espirituales, y también
a verse juntos y dependientes totalmente del perdón de Dios, por causa de la respuesta tan fría, a veces incluso tan
vergonzosa, que los creyentes, monjes incluidos, dan a las exigencias más interiores de su Señor. En la práctica, tal clase
de diálogo apenas está empezado. Pocos lo creen posible.
El texto de Merton, pues, aparece hoy lleno de ricas perspectivas, y, sin duda alguna, puede ser un instrumento admirable
para situarse personalmente ante el mundo en evolución y profunda transformación que nos ha tocado vivir.
Conjeturas de un espectador culpable viene a «restablecer la comunión jugando con las diferencias» dentro de la
experiencia universal de un monje, es decir, de ese «arquetipo universal» de soledad y comunión que cada corazón humano
lleva inserto en sí mismo.
En medio de un mundo dominado por la infoxicación (tan bien definida por el psicólogo británico David Lewis), la lectura
de este libro de Thomas Merton puede enseñarnos a dar una nueva dimensión a las ideas aprendidas que ya tenemos,
a abrir la mente y comparar nuestros saberes con más fuentes que las ofrecidas por los mass media. Puede educarnos en
nuevas estrategias de comunicación y, en definitiva, estimular el espacio vital de nuestro ser-en-el-mundo para poder ser
«usuarios» conscientes y despiertos de lo que vemos y oímos, sentimos y tememos o, sencillamente, desconocemos.

1 comentario:

San dijo...

Me satisface siempre que se publiquen nuevas ediciones de obras o autores que me aportan riqueza interior y me provocan admiración. Así que esta noticia que nos compartes, Manuel, me alegra. He leído también con interés la introducción que hace el trapense español, estudioso entusiasta de Merton. Con ese entusiasmo hace referencia comparativa a la oración del Abad de Thibirine, famosa por el reciente filme “De dioses y hombres”. Para los que quieran adquirir esta nueva edición de “Conjeturas”, ha sido publicada por la editorial Sal Terrae, en este mes de octubre. ¡Estás al día, Manuel! Y nos pones al día. Gracias.

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.